martes, 19 de enero de 2016

#BuenasColumnas - La mediocridad y el periodismo

La foto no esta reseñada en la columna. Es solo lo primero que se nos vino a la mente con el título de la misma.  


Jorge Eduardo Espinosa
Haga la prueba: vaya a un salón de cuarto o quinto semestre de comunicación en la universidad que le quede cerca de casa, y pregunte las cuatro noticias del día, pida el contexto y diga que escriban una cuartilla. Un porcentaje muy alto de aquellos estudiantes, muchos de los cuales quieren escribir en un periódico, trabajar en radio o en televisión, no pueden contestar. No abren el periódico, no saben qué está pasando en su ciudad, en su país, y mucho menos en el mundo.

Por: Jorge Eduardo Espinosa En: El Espectador

Fue en 1998 cuando el magistrado Carlos Gaviria Díaz argumentó que “los privilegios y aún los deberes éticos y jurídicos que al periodista incumben, derivan del ejercicio de su actividad y no del hecho contingente de poseer o no una tarjeta expedida por una agencia oficial”. Aquella sentencia, la C-087 de 1998, declaró la inexequibilidad de la Ley 51 de 1975, que reglamentaba el ejercicio del periodismo creando la tarjeta profesional. Hoy, ningún medio de comunicación del país exige una tarjeta que acredite o certifique un “conocimiento” particular para contratar a sus periodistas. Desde entonces, en las salas de redacción del país hay cada vez menos comunicadores sociales y más graduados de otras carreras, como derecho, ciencia política, economía o filosofía. Esta circunstancia le ha hecho mucho bien al ejercicio periodístico.
¿Qué ha llevado a los directores de algunos medios a preferir profesionales de carreras distintas? La respuesta es sencilla: están mejor preparados. Y es que el periodismo debería ser una especialización o una maestría, nunca un pregrado. La experiencia demuestra que un egresado de, pongamos, derecho, escribe mejor y tiene más disciplina de lectura que un comunicador social. Leer y escribir. Recuerdo ahora la anécdota del mexicano Juan Villoro, invitado hace un par de años al lanzamiento de la maestría de periodismo de la Universidad del Rosario, cuando concluyó diciendo: “Así pues, jóvenes, el único consejo que les puedo dar es que lean, o terminan de periodistas”. El público soltó una carcajada. Debió llorar también. Y Villoro tenía razón. Uno de tantos males de nuestro periodismo es que los egresados de las carreras de comunicación no leen, y cuando digo no leen, hablo también de las lecturas más básicas de cualquier periodista: los periódicos, revistas y columnas de opinión.
Haga la prueba: vaya a un salón de cuarto o quinto semestre de comunicación en la universidad que le quede cerca de casa, y pregunte las cuatro noticias del día, pida el contexto y diga que escriban una cuartilla. Un porcentaje muy alto de aquellos estudiantes, muchos de los cuales quieren escribir en un periódico, trabajar en radio o en televisión, no pueden contestar. No abren el periódico, no saben qué está pasando en su ciudad, en su país, y mucho menos en el mundo. Su mundo, el de ellos, suele acabar en algún video de gatos publicado en Facebook, o en un chat lleno de horrores ortográficos y emoticones pendejos. La consecuencia, por supuesto, es el mediocre nivel de escritura de los jóvenes que llegan como practicantes a las redacciones de los medios. Desconocen las reglas ortográficas, la puntuación no existe, y como escribía Piedad Bonnett en una columna reciente, “menosprecian el lenguaje, no tienen el menor interés en corregir, no leen lo que escriben”.
Este no es un mal exclusivo de los comunicadores sociales. Sucede, tristemente, cada vez más en otras profesiones. Y sin embargo, creo que ningún otro caso es tan patético como el de los comunicadores. Tal vez esto tiene que ver con la superficialidad que algunos, erróneamente, atribuyen a la carrera. Muchos de los que ingresan a las facultades de comunicación quieren salir en televisión, ganar seguidores en redes sociales y volverse famosos. Lo importante, creen, está en el parecer, no en el saber, y eso es evidente cuando hablan, escriben y opinan. Capítulo aparte merece el salario miserable que muchos de los egresados ganan cuando entran a trabajar en medios de comunicación. Con frecuencia, apenas supera el salario mínimo. Sucede entonces que muchos jóvenes preocupados por su formación, que leen, se informan, discuten y se cuestionan, prefieren la comunicación empresarial, donde pagan mejor, que una sala de redacción. Al periodismo colombiano le falta autocrítica. Una buena manera de empezar sería que las tantas facultades de comunicación social del país dejaran de graduar a tanto mediocre. Si eso no cambia pronto, las redacciones terminarán ocupadas con egresados de otras carreras. Sí, están mejor preparados.
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